Os quiero compartir la historia de una paciente a la que llamaremos Clara.
Clara, una mujer de mediana edad, estaba desesperada por su situación. Me contó que hasta hace tres años era una persona activa y con mucha vitalidad. Se podía permitir comer lo que quisiera ya que hacía mucho deporte.
Trabajaba en su propia empresa la que estaba en pleno desarrollo. Le iba muy bien, aunque le quitaba mucho tiempo y en ocasiones se sentía muy estresada.
Tenía una vida muy activa entre reuniones, comidas, quedadas con amigos y familiares.
Y de repente llegó el Covid19. Como todos tuvo que cortar toda actividad. No podía hacer ejercicios y consumía mucha comida “basura” por lo que engordó más de 10kg.
La evolución positiva de la empresa se frenó en seco, ingresos nulos pero muchos gastos. Esto, sumado a que no podía tener prácticamente ningún contacto la llevó a terminar con crisis de ansiedad casi a diario.
Durante los siguientes meses su salud se fue deteriorando. Se notaba cada vez más hinchada, cansada, le sentaban muy mal las comidas. Tenía muchos gases y episodios de diarreas cada vez más frecuentes.
Al contactar con su médico, este le decía que lo que le pasaba era de los nervios, le subía la dosis de los ansiolíticos y le recomendaba la práctica de relajación.
Así pasaron dos años hasta que un día comenzó con dolores de abdomen y sangre en las heces.
Llegado a este punto su médico decidió mandarla al especialista. Durante los siguientes meses le hicieron todo tipo de pruebas hasta llegar al diagnóstico de Enfermedad Inflamatoria Intestinal.
Este, como muchos otros, es un ejemplo claro de cómo una situación externa y límite, en este caso la pandemia, puede darle una vuelta tan crítica a tu salud. Todo importa, desde nuestros hábitos más simples hasta las situaciones que nos pueden generar un estrés crónico.
Esto no se nos puede olvidar y cuando estemos en una situación así tenemos que ser conscientes del riesgo que corremos e intentar contrarrestar los efectos de la mejor manera que podamos.